Nos han acostumbrado que el valor de los seres humanos en una sociedad capitalista se mide por lo que posee. Por eso cuando hacemos planes, desarrollamos metas y objetivos pensamos en grande. Nos cuesta empezar con proyectos pequeños y ascender despacio.
Pero el orden del Reino de Dios está en paradoja con los reinos de este mundo.
Y yo les digo: El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto. Los fariseos, que eran amigos del dinero, oyeron todo esto y se burlaron de Jesús. Jesús les dijo: «Ustedes son los que se hacen pasar por justos delante de la gente, pero Dios conoce sus corazones; pues lo que los hombres tienen por más elevado, Dios lo aborrece. Lucas 16:10, 14-15
En el Reino de Dios, el valor, las responsabilidades y los dones no se determinan por el apellido que tenemos, la cantidad de dinero en nuestra cuenta de banco o por el título universitario que poseemos. El apego al dinero nos aleja de la responsabilidad hacia el bien colectivo.
El deseo de fama, riquezas y reconocimiento es antagónico a la identidad del hombre y la mujer que deben contribuir a la construcción del Reino de Dios entre nosotros. Es la fidelidad a lo pequeño, lo poco, lo insignificante, lo que determina la oportunidad de servir a Dios en tareas de mayor envergadura.
Dios, quien puede ver en tu interior y mi interior, ha de ponernos en lugares de honra cuando nuestro corazón esté alineado al suyo. Dios busca corazones desprendidos de los apegos materiales y fieles al servicio del Reino. Servicio que privilegia aquellos y aquellas a quienes llamó bienaventurados: los pobres, los mansos, los que lloran, los hambrientos de justicia, los que buscan la paz y son perseguidos por ello; y los que conservan un corazón limpio como los niños.
¿Dónde está tu verdadera fidelidad? ¿Cuán apegado estás al reconocimiento, el poder y los bienes materiales? ¿Qué necesitas cambiar en tu vida para poder servir en lo poco con gozo?
Oremos: Señor, deseo que puedas mirar en lo profundo de mi corazón, donde nadie ve y que lo que allí encuentres sea de tu agrado. Ayúdame, para poder desprenderme de los apegos que me alejan de ti. Enséñame la humildad de tu hijo que siendo Dios no vio su divinidad como cosa a que aferrarse y vacío de sí mismo pudo entregarse plenamente a nuestro servicio. Que tu hijo Jesús sea mi modelo de vida para que mi corazón pueda palpitar al ritmo del tuyo.
¡Que así nos ayude Dios!
Compartido en Momento Sagrado, USC

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