Cuando mi madre enfermó, producto de un derrame cerebral había perdido la capacidad de comunicarse verbalmente. Sin embargo, un día, cuando salía de su habitación sentí la necesidad de pedirle la bendición, como era nuestra costumbre desde niños. Claro que no tenía expectativas de una respuesta audible. Para mi sorpresa me respondió con la claridad de sus mejores días: “¡Cómo no te voy a bendecir hija!”
Si un padre y una madre siempre quieren bendecirte, aun en sus peores momentos, ¡cuánto más no querrá Dios hacer por ti!
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Cuando Jesús bajó de la montaña, lo siguió una gran multitud.
Mateo 8:1-4
Entonces un leproso fue a postrarse ante él y le dijo: “Señor, si quieres, puedes purificarme”.
Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Lo quiero, queda purificado”. Y al instante quedó purificado de su lepra.
Jesús le dijo: “No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio”.
Saber que Dios quiere es ir confiado a los pies de Jesús, aunque la gente que esté a tu lado no reconozca tu necesidad o se avergüence de ti. Saber que Dios “quiere” es sentirse amado, sentirse perdonada; es saber que lo que te atormenta no es eterno, que lo que te atormenta tiene punto final, porque Dios va a levantar su voz para hacerte bien, aunque los demás no lo entiendan.
Pero Jesús siempre va la milla extra. Por eso, no solo pronuncia con sus labios “quiero” sino que estrecha su mano y te toca.
El querer de Dios siempre va de la palabra a la acción.
Jesús se mueve hacia ti porque le importa la carga de tus años, tu dolor interno y quiere sanarte por dentro y por fuera. Tu, que no cesas de preguntarle a Dios “¿querrás tu ayudarme, querrás tu cambiar mi situación, querrás tu sanarme?”; en el encuentro de hoy Jesús te dice: ¡Quiero!
Oremos: Señor, hoy he aprendido que tu siempre quieres bendecirme. Que tu amor como el de una madre movida desde sus entrañas siempre desea hacerme bien. Por eso hoy te doy gracias y confío en ti para que escuches mi oración y proveas a mi necesidad.

¡Gracias por su vista!