El arte de coser el tapiz de la predicación es un proceso sagrado de encuentro con la Palabra y con el Dios de la Palabra. Ese encuentro es revelación para nuestra vida que a su vez se convierte en revelación para la vida de otros. La historia sagrada, mi historia y las historias de la gente comienzan a emerger en un proceso único para ese día y esa congregación, quienes ya están sentados escuchando en el imaginario de Dios. Es una danza de eventos, historias, recuerdos, premoniciones y sentimientos, míos, tuyos, Suyos, propios y ajenos.
Puede ser que estemos en nuestra casa, nuestros carros, en una visita de hospital, en una cena con nuestra familia o dando una mirada a las redes sociales para saber qué está pasando en el mundo; pero en esa experiencia personal Dios está creando con sus propias manos, en nuestras mentes y corazones la narrativa que llena del Espíritu tocará la vida de quienes la escuchen, ya sea sincrónica o asincrónicamente.
Construir un sermón es un ejercicio de vulnerabilidad
I.V.V.
Por eso, vivir la experiencia de construir tu propio sermón es entrar en un espacio de encuentro transformador para tu vida y para recibir del corazón de Dios el alimento, el suero preciso para devolverte la salud a ti y a quien te escuche.
Construir el sermón no es solo un ejercicio homilético para los demás; es una experiencia de sumisión y crecimiento para nosotros mismos. Es el momento de encuentro personal, en la zarza o en el monte, en el Gólgota o en la tumba vacía, en la barca o en el aposento alto.
Tomar prestado un sermón no es un delito, pero es la triste realidad de no haber entendido que el proceso es tan importante como la entrega, que mientras me preparo para predicar me hago vulnerable a la mano transformadora de Dios.
Detente, reflexiona, cambia.
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