Por: Gerson Serrano, Capellán CeDin Superior, UIPR Metro*
La narración del evangelio que leeremos está llena de detalles que apelan a nuestros sentidos y que parecen colocarnos dentro de la escena. Al igual que los discípulos somos invitados a hacer este recorrido con Jesús y tener una experiencia que nos transforme y fortalezca nuestra fe.
Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a Juan y los llevó a una montaña alta para estar a solas. Mientras los hombres observaban, la apariencia de Jesús se transformó, y su ropa se volvió blanca resplandeciente, más de lo que cualquier blanqueador terrenal jamás podría lograr. Después aparecieron Elías y Moisés y comenzaron a conversar con Jesús. Pedro exclamó: «Rabí, ¡es maravilloso que estemos aquí! Hagamos tres enramadas como recordatorios: una para ti, una para Moisés y la otra para Elías». Dijo esto porque realmente no sabía qué otra cosa decir, pues todos estaban aterrados. Luego una nube los cubrió y, desde la nube, una voz dijo: «Este es mi Hijo muy amado. Escúchenlo a él». De pronto, cuando miraban ellos a su alrededor, Moisés y Elías se habían ido, y vieron solo a Jesús con ellos. Mientras descendían de la montaña, él les dijo que no le contaran a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del Hombre se levantara de los muertos.
Marcos 9:2-9
¡Que gran experiencia para aquellos tres discípulos de Jesús! La escena comienza por una invitación de Jesús a tres de sus discípulos para irse aparte a una montaña o lugar alto. Allí los discípulos pudieron ver toda la gloria y resplandor de Jesús, tener una visión de Moisés y Elías junto a Jesús y escuchar la voz de Dios desde una nube confirmando a su Hijo amado. La maravillosa experiencia debió significar mucho para aquellos discípulos, tanto que Pedro dice “hagamos aquí tres enramadas”. No bien lo acaba de decir, cuando desaparece la visión de Elías y Moisés, mientras que aquella voz proveniente de la nube reclama prestar atención solamente a Jesús.
La experiencia que Jesús les permitió ver a estos tres discípulos fue maravillosa, pero no era para quedarse extasiados allí en la montaña. Había que bajar al llano nuevamente, pues quedaba un camino que recorrer junto a Jesús en su ministerio. Allí, en aquella montaña, fueron fortalecidos para poder responder al llamado que Jesús les había hecho de servir y caminar junto a él. Y ese camino, luego de bajar de aquella montaña, les conduciría hasta la cruz.
Entonces, ver la gloria de Jesús debe ser suficiente para seguirle sin dudar, y caminar tomando cada cual su propia cruz. Este momento en la montaña es revelador; la gloria del Hijo se hizo visible, tan real y divina. Pero a su vez la gloria del Hijo no está desvinculada de su ministerio terrenal, de su muerte y su resurrección.
La gloria del Hijo no se manifiesta solamente en las alturas de la montaña, también se manifiesta abajo en el llano, en su abrazo de amor a la humanidad al hacer visible el reino de Dios en el mundo.
Mientras apreciamos aquella maravillosa experiencia de los discípulos en la transfiguración, tú y yo también somos invitados a subir a la montaña y ver la gloria del Hijo, pero conscientes de que él también nos envía a bajar para servir, caminar, y obrar en su nombre. Jesús nos regala experiencias significativas y que fortalecen nuestra fe para que podamos continuar adelante sin temor. También nos dice que quien quiera seguirle debe negarse a sí mismo y tomar su cruz.
Mientras contemplamos el resplandor de nuestro Señor transfigurado seamos también nosotros transformados. Escuchemos y miremos solo a Jesús y vayamos por el mundo construyendo su reino de amor, justicia y paz. Amén.
*Agradecemos a los que contribuyen con reflexiones para hacer posible esta Palabra Diaria
IvelisseValentínVera 
¡Gracias por su vista!