PALABRA DIARIA | ¿TE AMAS?

Confieso que nunca me ha gustado mucho predicar o escribir sobre el amor. Porque el amor es algo difícil de definir, es abstracto, complejo y sencillo a la vez. Sin embargo, a Jesús le encantaba hablar de amor. Sobre todo, del amor a Dios y el amor a los demás. Para Jesús no se puede amar a Dios sin amar al prójimo, pero lo que es más impresionante, y que pienso que no se le da la importancia necesaria, es que no se puede amar a Dios ni al prójimo si no nos amamos a nosotros mismos.

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?» Él le dijo: «”Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.” Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.»

Mateo 22:34-40

 

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En el texto de hoy Jesús deconstruye la idea de que el amor a Dios pueda estar separado o desvinculado de mis relaciones con los demás. Es más, el amor a Dios no puede darse únicamente en el ascetismo, o la separación del mundo; y mucho menos en la autoflagelación o el menosprecio del yo. El amor a Dios, según Jesús, necesita inseparablemente el vínculo con la humanidad. Jesús usa una palabra que es clave para nuestra interpretación de este texto: homoia=semejante. Semejante aquí es una “conjunción comparativa”, que se utiliza para comparar dos cosas, y quiere decir: lo mismo que.

El amor a Dios sigue teniendo el primado en nuestra vida, pero ese amor ahora se manifiesta de manera concreta en dos amores: mi amor propio y mi amor a los demás. Así que para poder cumplir con el primer mandamiento de amor a Dios con el corazón, con el alma y con todo el ser, debemos preguntarnos si nos amamos a nosotros mismos, con el corazón, con el alma y con todo el ser. ¿Te amas? Hay personas que aman más a otros de lo que se aman a sí mismos. Cuando eso sucede, podría estar en peligro nuestra relación con Dios. Esto se trata de equilibrio, de armonia, cuando no hay armonía entre nuestros amores, podemos caer en la idolatría; idolatría al yo, idolatría a otra persona, o idolatría a nuestro concepto de dios.

Me gusta traer a la conversación el texto del evangelio de Juan:

Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros. Y hemos visto su gloria, la gloria que recibió del Padre, por ser su Hijo único, abundante en amor y verdad. Jn 1:14

¿Alguien hubiese pensado que podría ver la gloria de Dios manifestada en esta humanidad corruptible, expuesta al pecado, a la muerte y la maldad? De seguro que no, pero Dios sí lo pensó. Y no solo le pareció bueno habitar en lo que a nosotros muchas veces nos parece malo, sino que decidió hacer casa para sí entre nosotros y en nosotros. ¿Si Dios te diera la oportunidad de escoger donde vivir, en qué cuerpo habitar, escogerías el tuyo? ¿Escogerías tu color de piel, tu color de ojos, tu pelo, tu estatura, tu carácter?

Lo que Jesús nos dice que es “similar o igual a amar a Dios”, es un reto muy grande para nosotros. Para amar a Dios tenemos que comenzar por amarnos a nosotros mismos, y de la manera en que nos amemos, entonces amar a los demás. ¡Vaya reto!

¿Te amas?

OREMOS:
Señor enséñame a ver en mi a alguien digno de tu amor, enséñame a amarme y a amar como tu me amas. Enséñame el amor entregado, abnegado y comprometido. Enséñame la totalidad del amor, para poder ver en mi y en los demás lo que tu vez y poder amarte amando la humanidad.

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El amor a Dios, según Jesús, necesita inseparablemente el vínculo con la humanidad.

Ivelisse Valentín vera

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