En los últimos meses parecería que el trabajo se ha redoblado y que no encontramos la manera de descansar. Tal vez a algunos le ha pasado como a mi, que planifiqué unas vacaciones y por el incremento en casos de COVID volvieron a cerrar los hoteles, piscinas y acceso a las playas, así que terminé quedándome en casa. El descanso que tenía planificado no se dio. Pero una cosa he experimentado a través de todo este proceso de Cuarentena.
“El Señor es mi pastor;
nada me falta.
En verdes praderas me hace descansar,
a las aguas tranquilas me conduce,
me da nuevas fuerzas
y me lleva por caminos rectos,
haciendo honor a su nombre.” Salmo 23:1-3
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El cuerpo necesita descansar. Tenemos necesidades materiales que deben ser suplidas. Sin embargo, si las necesidades del alma y del espíritu no son atendidas, ninguna otra gestión por descansar el cuerpo será suficiente. Por eso, aunque estemos cansados y escaseen nuestros recursos, la compañía, el cuidado y la provisión de Dios nos provee un descanso y una fuente de fortaleza que sobrepasa nuestras expectativas. El problema puede estar en pretender hacer como yo, confiar nuestros descansos y restablecimiento a lo que podamos lograr por nosotros mismos.
Recuerdo que una de las primeras cosas que hice al comenzar la cuarentena fue re-estructurar mis disciplinas espirituales. El ajetreo del día a día me había robado ciertas costumbres. Por ejemplo, el comprometerme a hacer, por lo menos, uno de los Oficios de las Horas y alguna lectura diaria de Dirección Espiritual. Estas fueron cosas, que a pesar del mucho trabajo, retomé y añadí a mis acostumbrados espacios de oración, con carácter diario, no ocasional.
Y esa experiencia de dejarse pastorear por el Señor, volvió a tomar un profundo significado, aun cuando he estado trabajando mucho más que otros tiempos.
El Señor me ha pastoreado, porque me dejé pastorear.
Cuando nos hacemos frágiles, vulnerables, como las ovejas; cuando reconocemos que en el cuidado de Dios está nuestro verdadero descanso, el Señor como buen pastor nos conduce a experiencias reconfortantes y aguas tranquilas. Y es en esos espacios de sosiego e intimidad con Dios, que se buscan con intencionalidad, en los que nuestras fuerzas son restauradas.
Deja que el Señor sea tu pastor, y nada te faltará.
Que tu fragilidad y vulnerabilidad como de oveja se conviertan en un recursos de sabiduría para poner tu vida en las manos del Dios que te conducirá a aguas tranquilas.
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