“El que me la hace, me la paga” Siempre me han gustado mucho los dichos populares, porque hay tanta sabiduría en ellos. Además conectan facilmente lo que tratamos de comunicar. Sobre todo si se trata de entender textos de la antigüedad.
“Entonces el rey lo mandó llamar, y le dijo: “¡Malvado! Yo te perdoné toda aquella deuda porque me lo rogaste. Pues tú también debiste tener compasión de tu compañero, del mismo modo que yo tuve compasión de ti.” Mateo 18:32-33
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Este texto contrasta con nuestro dicho de hoy “el que me la hace me la paga”. Porque lo que sucede es, que la matemática de Dios no es como la nuestra.
Los discípulos de Jesús le preguntaron que cuántas veces debíamos perdonar a una persona que nos hiciera algo malo. Y Jesús les responde con la parábola de un Rey que perdona un hombre que le debía mucho, mucho, mucho dinero. Sin embargo, este mismo hombre, acabando de salir de suplicarle misericordia al Rey, y ser perdonado, “se encontró con un compañero suyo que le debía una pequeña cantidad. Lo agarró del cuello y comenzó a estrangularlo, diciéndole: “¡Págame lo que me debes!” El compañero, arrodillándose delante de él, le rogó: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo.” Pero el otro no quiso, sino que lo hizo meter en la cárcel hasta que le pagara la deuda.” Mt. 18:28-30
¡Qué enseñanza más grande nos da Jesús! Las matemáticas de Dios no son como las nuestras, la justicia de Dios no es como la nuestra. Nuestra justicia es punitiva, paga mal por mal; y a veces nuestros corazones heridos por las ofensas de otros llegan a albergar sentimientos de frustración, coraje y hasta venganza cuando no vemos el mal que nos han hecho resarcido. La verdad que en numerosas ocasiones, nos pasa como al hombre de la parábola, tenemos memoria muy corta. Somos muy cortos para perdonar a otros mientras que Dios es muy laxo, muy benevolente con nuestros pecados.
Pero ciertamente es difícil arrancarse del corazón el dolor por las ofensas, por los agravios que hemos recibido. Vivir la vida mirando atrás, recordando las ofensas recibidas, nos estanca, no nos deja caminar, emprender nuevos rumbos; y lo que es aun peor, no nos permite disfrutar livianos del perdón de Dios a nosotros. Perdonar es dejar la carga acumulada y empezar de cero.
El Reino de Dios tiene un sistema judicial muy distinto al nuestro, y gracias a eso, tu y yo hemos sido perdonados de antemano por nuestros pecados, los cometidos y los por cometer. La paga ojo por ojo, la mezquindad, el mal por mal, el rencor y venganza no son compatibles con el carácter del Dios de Jesús, por eso no son compatibles con el Reino que proclama la cristiandad.
Perdonar es una decisión de mirar al futuro, de tender puentes, de abrir caminos, de emprender nuevos rumbos con libertad. Perdonar te hace más bien a ti que a tu ofensor, perdonar te abre las puertas a una nueva relación con el Dios que ya te ha perdonado a ti.
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