¿Cuántos años nos ha tomado construir nuestra casa o ahorrar para poder comprarla? Imagínese cómo se sentiría si alguien le dijera que será destruida en 3 días.
El esfuerzo que nos toma conseguir lo que deseamos imprime valor a lo que tenemos. Por eso muchas veces nos aferramos a la casa, el trabajo, las posesiones materiales y nos cuesta reconocer que existe una dimensión mucho más profunda en la que deben estar ancladas nuestras prioridades; la fe y las relaciones, con Dios, con los otros y otras y con la creación. Nada más perdura.
Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás? Mas él hablaba del templo de su cuerpo.
Juan 2:19-21
El pueblo judio había puesto sus prioridades alrededor del templo. Cuarenta y seis años de trabajo y cientos de años de anhelos y luchas para construirlo habían transformado su religiosidad en una centrada en el lugar de adoración más que en el objeto de la adoración misma, Yavé.
Jesús nos desafía hoy con el mismo celo y la misma respuesta. Cuando la fe se transforma en una religiosidad que asume los estilos de negocios y política de este mundo es necesario destruir para reconstruir sobre sí mismo. Por eso este texto no se puede leer sin apuntar hacia el diálogo con la mujer samaritana de Juan 4.
“Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre… Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren.”
Juan 4:21-23
Hoy más que nunca, en tiempos de COVID y distanciamiento físico, es momento de replantearnos desde dónde emprender nuestra verdadera adoración, desde dónde nacen nuestras luchas y dónde se afirma nuestra fe. Jesús comenzó defendiendo con coraje la casa de su Padre, por todo lo que representaba para la opresión de un pueblo pobre y por la distorsión de lo verdaderamente importante, amar a Dios y al prójimo. Sin embargo, transformó su manera de pensar y desde entonces dirigió sus enseñanzas hacia sí mismo, para que en él podamos encontrar lo que de verdad importa.
Hoy que nuestro acceso a los templos es limitado, es el mejor momento para cultivar nuestra adoración desde donde a Dios agrada, desde el recinto sagrado de nuestro corazón abriendo la puerta a Jesús para que habite en nosotros a través del Espíritu Santo.
Construyamos nuestra adoración sobre el Hijo y llegaremos al Padre.
El templo físico no hace falta cuando tu corazón es sagrario del Cristo Resucitado.
¡Gracias por su vista!