Debo confesar que soy un desastre en todo lo que tiene que ver con plantas. Por lo tanto, si lo que me dan son semillas para sembrar me pueden dar gato por liebre porque no las se distinguir.
Así pasa en la vida, a veces recibimos muchas semillas. Podemos decir, que las semillas son ideas, cosas que la gente nos dice, cosas que la gente nos hace, cosas que leemos, cosas que vemos. Todo lo que recibimos a través de nuestros sentidos se convierten en semillas porque se siembran en nuestro corazón, van echando raíces, van creciendo y eventualmente producen frutos. En muchas ocasiones, los frutos no son lo que esperamos, las chinas son más amargas de lo que esperamos o los limones no producen jugo. A veces queremos cosechar naranjas y sembramos limones.
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No hay árbol bueno que de fruto malo,
Lucas 6:43-45
ni árbol malo que pueda dar fruto bueno.
Cada árbol se conoce por su fruto:
no se cosechan higos de los espinos;
ni se recogen uvas de las zarzas.
El hombre bueno dice cosas buenas
porque el bien está en su corazón,
y el hombre malo dice cosas malas
porque el mal está en su corazón.
Pues de lo que abunda en su corazón habla su boca.
Estas palabras de Jesús nos quieren ayudar a cuidar nuestro corazón y nuestras acciones, enseñarnos a sembrar para el futuro; y ayudarnos también a evaluar lo sembrado, para corregir, para desyerbar, para replantar.
Lo que Jesús quiere decir es que tarde o temprano nuestros frutos van a revelar lo que hay verdaderamente en nuestro corazón. Si nuestra relación con Dios no es autentica, si no alimentamos nuestra vida con la Palabra de Dios, con la oración, con las buenas obras, con la práctica de la fe y de justicia, tarde que temprano se nos va a ver. Tarde que temprano la manzana va a salir podrida, tarde que temprano el fruto va a ser amargo.
El hombre bueno dice cosas buenas porque el bien está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas porque el mal está en su corazón.
Lucas 6:45
Pues de lo que abunda en su corazón habla su boca.
Dice un teólogo español que “nuestro problema no es tener problemas, es no tener la fuerza para enfrentarlos”. Que en nuestro corazón abunde el deseo y la fuerza para enfrentar, no solo nuestros problemas, sino también lo que existe en nosotros que nos obstaculiza confrontarnos con nuestros propios defectos, con nuestro propio pecado y nuestras propias carencias y faltas.
Que en nuestro corazón abunde el deseo de ser mejor persona, el deseo de erradicar la amargura de mi corazón que envenena la vida de los que me rodean. Que en nuestro corazón abunde el deseo y la intención de acoger en nuestros espacios al otro y la otra, para erradicar la soledad que le roba las fuerzas de vivir. Que en nuestro corazón abunde la comprensión, la compasión y la misericordia para ver y actuar con los ojos y el corazón de Dios. Y finalmente que en nuestro corazón abunde el deseo de perdonar y de erradicar de nuestro interior el resentimiento. Porque cuando podemos perdonar sembramos la semilla de la vida y la esperanza.
¡Que de la abundancia de tu corazón, hable bien tu boca!
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