¡Que bien estamos aquí! En muchas ocasiones nos hemos ido de vacaciones o a visitar un familiar a otro país y nos expresamos como Pedro, con la añoranza de quedarnos en ese lugar por lo bien que nos sentimos. Para muchos la experiencia cúltica, ya sea en misa o en cualquier otro servicio religioso, o la experiencia de los retiros espirituales también nos hacen exclamar: ¡Qué bien estamos aquí!
“Pedro dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo”. Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor.
Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: “Levántense, no tengan miedo”. Mateo 17:1-9
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El privilegio que el Padre nos da de vivir con Jesús el anticipo pascual de la transfiguración se da en virtud de prepararnos para la misión. “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo“. Escuchar a Jesús también es una exhortación a la obediencia y la confianza, “Levántense, no tengan miedo”, les dijo. Ese es un llamado a dejar la comodidad del monte de la transfiguración y bajar al llano de la vida; al lugar donde nos confrontamos con la realidad que duele, que agota y agobia. Pero hemos de bajar transfigurados, revestidos de la nueva persona en Cristo, dispuestos a servir como el sirvió. En ese servicio que prestemos en nombre de Cristo, el llanto puede transformase en gozo, la falta de fe en confianza, y hasta la muerte física en la esperanza de la resurrección.
La experiencia de intimidad con Dios que se ilustra en este texto no es para quedarnos igual, es para que nos transforme para entregar la vida como Jesús la entregó; de manera que algún día, el Padre también pueda decir de nosotros “Este es mi hijo, mi hija amada, en quien me complazco”.
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