(Una reflexión sobre la celebración en el ministerio de Jesús, para el programa radial “Palabras de Vida Eterna”, sábado 10 de noviembre de 2012)
En poco días celebraremos acción de
gracias y damos comienzo a la época navideña, que es una de fiesta, gozó y
celebración. Sin embargo la tradición cristiana en muchas ocasiones ha
enfatizado más la importancia de los sufrimientos del cristiano que en los
motivos para celebrar. La tradición religiosa nos ha enseñado que el cristiano
debe sufrir en esta tierra con la esperanza de una vida futura donde no habrá
más llanto ni dolor, porque ciertamente las alegrías en la vida son pasajeras,
pero también los sufrimientos. Si bien es cierto que eso es una promesa bíblica
para los que esperan en el Señor, también es cierto que en el evangelio de Juan
capítulo 10:10, Jesús nos dijo que “vino para que tengamos vida y la tengamos
en abundancia”. Abundancia tiene una connotación positiva, de bienestar, de un
estado en el cual no solo se vive en plenitud sino, que todo lo bueno
sobreabunda. Quiere decir que la voluntad de Dios para nosotros, la voluntad de
Dios para tu vida hoy es de gozo, de bienestar, de celebración, es de vida
plena, de vida abundante. La voluntad de bien que tiene Dios para tu vida no
comienza en la vida eterna, comienza aquí y ahora. Jesús dijo “he venido para que tengan vida en abundancia, NO dijo “me voy para que tengan vida en abundancia”. Es aquí donde el quiere que comencemos a disfrutar, a celebrar el gozo de la salvación. Es aquí donde Dios quiere que a través de la encarnación de su hijo Jesús
nuestra humanidad, pecadora, limitada y triste se reconcilie con la plenitud,
la abundancia, el perdón y la alegría que solo pueden provenir de una vida en
amistad con Dios; y eso se comienza aquí.
Pablo en Romanos 15:13: “Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y
paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu
Santo”. Pablo nos deja con una bendición que es una petición de gozo para
nuestra vida actual, y ese gozo nos llevará a la paz y a la esperanza, pero no
es al revés, no es que tengamos esperanza y la esperanza nos lleve al gozo, es
que encontremos el gozo que nos de paz y pueda abundar entonces en nosotros la
esperanza.
A veces nuestras tradiciones
religiosas nos han enseñado a enfrentar los problemas como pruebas necesarias
para poder ganar la vida eterna, y olvidamos que el regalo de la salvación no
está sujeto a obras o padecimientos, es un don de Dios, es gracia divina, es un
regalo del amor infinito de Dios. Usted no tiene que realizar obras ni
sacrificios para ganar el perdón de Dios, el perdón de Dios es un don gratuito,
derramado en la sangre de Jesús, usted solo lo acepta, reconociendo la
necesidad de Dios en su vida, la necesidad de transformación, de cambio, de
arrepentimiento y se abraza a ese amor y a ese deseo de bienestar y de vida
abundante que expresó Jesús en Juan 10:10. Privarnos de la celebración de la vida
atenta contra la voluntad de bien expresada por Dios para nosotros y nosotras.
En un recorrido rápido por los
textos del evangelio podemos ver cómo Dios ha querido que a través de Jesús celebremos
la vida. La primera manifestación conocida de Jesús fue en una celebración, precisamente cuando se puso en riesgo la felicidad
de aquel momento. Ahí Jesús intervino al punto de adelantar su momento de
revelación, para hacer un milagro que restaurara la alegría de la fiesta. Jesús
no le contestó al novio en las bodas de Canaá que debía sufrir el vituperio y
las críticas de la gente cuando se le acabo el vino, y tampoco le dijo que
tenia que acabar súbitamente la fiesta. Por el contrario, Jesús preparó el
mejor vino y todos en la fiesta se maravillaron y celebraron ahora con la
abundancia que Jesús había traído.
Fíjese que tanto la historia de las
bodas de Canaá, como los deseos de vida abundante para nosotros son palabras y
obras de Jesús en el evangelio de Juan. Un evangelio que nos demostró con
hechos la voluntad de gozo, de abundancia y de celebración que Dios tiene para
con todos nosotros. Ese mismo evangelio nos dice que en el principio era el
verbo, y que el verbo que era Dios se hizo carne y habitó entre nosotros, así
Dios se funde con lo humano, ciertamente Dios habita en nuestras tristezas pero
también en nuestras alegrías. Dios se funde y se confunde con la experiencia
humana del gozo y de la alegría y nos acompaña en el dolor, así Dios se ha
fundido con nosotros en cada lágrima pero también en cada sonrisa. Dios nos
acompaña en nuestro vía crucis, en cada situación de dolor para que cuando
salgamos de ella podamos celebrar la resurrección a un nuevo momento de vida en
Cristo Jesús.
El Señor nos llama a ser feliz, nos
llama a soltar las ligaduras que nos atan al llanto, al duelo, al luto y a la
muerte del corazón y del alma, y a resucitar como Lázaro a una vida nueva. Con
la llegada del Maestro a la vida de Marta y María cuando murió su hermano
Lázaro, llegó la alegría, llegó la celebración. Seguramente después que Lázaro
resucitó se cambió el llanto en gozo. De esa misma manera Jesús se acerca a nuestra
vida para tornar el llanto en gozo; para sacarnos de la tumba y devolvernos a
la vida.
Las palabras de Jesús en el evangelio
de Mateo 11:19 dicen que los demás decían de si mismo: “Vino el Hijo del
Hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre comilón, y bebedor de vino,
amigo de publicanos y de pecadores.” Con esa declaración Jesús no negó que celebraba
mientras comía y bebía en amistad con publicanos y pecadores. Jesús no negó que
se fundió con todos los aspectos de nuestra humanidad, comió con nosotros,
bebió con nosotros, caminó entre nosotros, con los justos, pero sobre todo con
los pecadores. Jesús celebró la vida del ser humano para poder también celebrar la
muerte y dejarnos con la esperanza de la resurrección.
Les invito a mirar la vida bajo el
lente de la celebración, bajo el lente de los deseos de abundancia que Dios
tiene para con nosotros como dice el libro de Jeremías: pensamientos de bien y
no de mal. Que podamos mirar nuestra vida y reconocer que Dios no quiere que se
acabe el vino en nuestra fiesta. Que Dios no quiere que el llanto se cierna
sobre nuestras cabezas. Que Dios nos visita para traer abundancia y una vida
nueva como lo hizo para Marta y María con la resurrección de Lázaro.
Ciertamente la resurrección que
tiene para nosotros hoy en no es la de la muerte física a la vida, pero si la
de la muerte espiritual y emocional hacia una vida de gozo y esperanza. Jesús
nos llama a que salgamos de la tumba, de las paredes del sufrimiento, del
sentido de culpa, del arrepentimiento, del luto, de la desesperación, y nos dice
“ven fuera”, nos invita a probar del mejor vino, y nos dice como le dijo a
Zaqueo (Lc 19:5-6), “desciende, sal de ahí, baja, porque hoy es necesario que
pose yo en tu casa”. Jesús espera que respondamos como Zaqueo, que desciendas “aprisa”,
y le recibas “con gozo” (como dice la escritura).
Recibamos al Señor con gozo, como
Zaqueo, y transformemos nuestra angustia en celebración como Marta y María,
como Lázaro; y como el novio y la novia de la fiesta. Demos la oportunidad al
Señor convertir el agua en vino, de convertir las lágrimas de dolor en una
sonrisa de gozo y esperanza. Preparémonos para comenzar una época de
celebración, no solo celebrando en gratitud al Señor por todo lo que nos ha
dado aun a pesar de los momentos de dificultad, sino mirando hacia esta navidad
con la esperanza de una época de reconciliación y de alegría.
Celebrar, reír, disfrutar de la vida
es encontrarnos con Dios, quien se ha humanizado a través de la encarnación de
Jesús. Celebrar es encontrarse con Dios, quien quiso hacerse humano para
compartir contigo todo de ti, tus tristezas pero también tus alegrías. ¡Dale la oportunidad a Dios de transformar tu vida en medio de la celebración!
¡Gracias por su vista!