(Sermón Predicado en la ICDC Las Lomas, Puerto Rico, 22 de julio, 2012)
El Nuevo Testamento está lleno de historias de padrinazgo, aunque no de la manera negativa en la que en ocasiones le hemos dado sentido a este dicho. Mi énfasis no es en beneficiar a unos por encima de otros como se estila en la actualidad. Pero sí se trata, de intervenir, de apadrinar, de servir, de ser acompañante en la vida de las personas en su momento de necesidad para presentarles delante del Señor para que el Señor haga una obra en sus vidas, lo sepan ellos o no. En Jesús no se invalida el asunto del “padrinazgo” pensando que con la intervención de Jesús ya no necesitamos de nadie, que cada cual puede acercarse a Dios sin necesidad de intermediarios como pasaba antes en la época del Antiguo Testamento. Al contrario, en Jesús y los relatos del Nuevo Testamento se nos llama a interceder por los demás, de apadrinar a los demás, de cargar a los demás, de acompañar a los demás. Sobre todo en aquellos momentos en los cuales nuestra fe se apaga y nuestras fuerzas no nos permiten levantarnos, caminar y luchar y necesitamos que algún “impertinente en Cristo” se meta y entrometa y nos cargue a la presencia del Maestro para conseguir nuestro milagro. Por eso los textos nos demuestran que Dios mismo en la persona de Jesús a tenido que salir al encuentro del que necesita asumiendo las responsabilidades que a usted y a mi nos tocan. Y cuando no ha habido quien haga nada por el otro o la otra Jesús siempre a salido a su encuentro.
El primer texto que voy a mencionar es la historia de un paralítico que cuenta el evangelio de Marcos en el cap 2 que “vinieron a (Jesús) unos trayendo un paralítico, que era cargado por cuatro. 4 Y como no podían acercarse a él a causa de la multitud, descubrieron el techo de donde estaba, y haciendo una abertura, bajaron el lecho en que yacía el paralítico. 5 Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados. (Y más adelante le dijo: ) 11 “A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa. 12 Entonces él se levantó en seguida, y tomando su lecho, salió delante de todos, de manera que todos se asombraron, y glorificaron a Dios, diciendo: Nunca hemos visto tal cosa”.
Está historia que parece tan simple tiene varias particularidades: Jesús perdona sus pecados primero porque lo más importante (no es necesariamente lo más importante para usted y para mi) para El era restaurar la dignidad del ser humano, traerlo a la comunión con Dios y con los demás. Tenemos la idea de que cuando Jesús le decía a un enfermo “tus pecados te son perdonados” es solo por una cuestión salvífica escatológica, un asunto de perdón de pecados para reconciliar al ser humano con Dios, y que la persona obtenga vida eterna. Y precisamente por esa forma de pensar que nos han inculcado, muchas personas piensan que después que las personas acepten al Señor arrepintiéndose de sus pecados lo demás no importa, la enfermedad o las necesidades físicas y materiales no importan y con ese comportamiento dejamos de contribuir al bienestar de unos y otros, nos alejamos de los actos de justicia que Jesús nos enseño para mejorar la vida de los marginados y menos afortunados, comenzando a construir el Reino de Dios aquí y ahora. Pero en ese entonces, en la época de Jesús atender ese asunto de perdonar los pecados primero, tenía unas repercusiones mucho más amplias que la vida eternal y más amplias de lo que usted tal vez podría imaginar. También tenia repercusiones e importancia actual, al momento, repercusiones en la vida inmediata, social, cultural, familiar y sobre todo religiosa. Desde el Antiguo Testamento los paralíticos o lisiados eran considerados pecadores (y si no era por su propio pecado entonces por el pecado de sus padres) y no podían tener participación plena en la vida de la comunidad y mucho menos aspirar a ser beneficiarios de las bendiciones del Reino de Dios.
Por eso, antes de Jesús sanar nuestro cuerpo tiene que sanar la manera en la que tu y yo nos vemos a nosotros mismos, y la manera en la que los demás nos ven. Si pasamos toda la vida escuchando que somos pecadores, que lo que tenemos lo hemos recibido porque nos lo merecemos, la realidad es que aunque la razón nos diga que eso no puede ser así, llega el momento en el que nuestra autoestima se deja vencer, porque la presión de afuera puede ser mucho más fuerte que la de nuestro interior, y nos lo creemos. Expresiones como “tu eres tan bruto”, “tu no sirves para nada”, “yo no se que va a ser de ti cuando yo me muera porque tu no te puedes mantener solo”; o a las mujeres maltratadas, víctimas de la violencia física y emocional, como sucede en nuestro país todos los días, cuando sus esposos le dicen “tu no sirves para nada”, “tu sin mi no eres nadie”, “todo lo haces todo mal”, “tu me avergüenzas”, “a ti nadie te quiere”, “a ti nadie te soporta”; de esa manera llegamos a aislarnos, hasta llegar a creer lo que nos dicen. Por eso para Jesús es más importante que tanto el paralítico como tu y como yo lo primero que recibamos sea la sanidad interior, aquel milagro que ante los ojos de los demás los va a convertir en hombres y mujeres dignas, amados y amadas por Dios, bienvenidos en comunidad y en la sociedad.
Con esto Jesús trae un enorme mensaje para algunos que de afuera miran al enfermo, al lisiado, al paralítico, al gentil, al inconverso, al pecador, como impuro o indigno. Lisiados y paralíticos son muchos en nuestra sociedad a quienes nosotros le hemos impuesto sellos y sobrenombres como lo imponían en la antigüedad. Hoy en nuestra sociedad impuros y gentiles, son aquellos y aquellas cuya conducta no se conforma a nuestros estándares de lo correcto. Sin embargo Efesios 2 dice: “11 Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircunsisos (o sea impuros)… estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo.” Según este texto, cuando miremos a los demás no estamos llamad@s a establecer divisiones, se nos llama a que nos acordemos de donde Dios nos sacó, y que no son nuestras obras, ni siquiera nuestro propio arrepentimiento lo que nos a traído hasta aquí, porque continua diciendo ese mismo texto de Efesio que es “en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo”, NO POR NUESTRAS OBRAS.
En la historia de este paralítico así como en la historia del paralítico de Bethesda en Juan 5 no se expresa una petición directa de ninguno de ellos a Jesús, ni se expresa arrepentimiento por sus pecados. A uno le concedió el poder caminar por la fe de sus amigos, y al otro simplemente se le acercó, lo vio tirado por 38 años esperando un milagro, solo y sin nadie que le ayudara a poder acercarse a la piscina cuando llegaba el ángel, así que Jesús mismo viendo la necesidad y la soledad de aquel hombre, le otorgó el milagro. Ante esto debemos reconocer el llamado que nos hace el Señor, a ser amigos, a ser “padrinos”, a ver la necesidad en el otro y la otra para que aunque el otro no crea, por nuestra fe sea sanado. También nos llama a recordar que no es por nuestras obras ni por nuestra fe que estamos aquí, es por la sangre de Cristo, es también por los que nos han precedido en la carrera de la fe. Por que antes también éramos incircunsisos, porque no hay un solo ser humano que sea salvo o digno por sus propios méritos.
Ante este mensaje nos toca mirar a nuestro lado, mirar a nuestra familia, a nuestro vecindario, a nuestros compañeros de trabajo, a nuestra comunidad y a nuestro país para ver aquellos quienes como el paralítico de las piscinas de Bethesda, no tienen quien les lleve al estanque, no tienen amigos que se den cuenta de su necesidad y sean capaces de romper el techo de una casa ajena para llevarles a Jesús, y aunque en una forma u otra tod@s estemos lisiados, también todos podemos ser amigos. Podemos apadrinar a alguien, podemos cambiar la manera de leer los textos bíblicos y estudiarlos para asumir responsabilidades, y para aplicarlos a nuestra vida diaria en beneficio no solo nuestro sino también del otro y la otra. Tu fe puede cargar un hermano cuya fe desfallece, o a quien ya no le queda fe; para hacer que el poder de Dios se desate una vez más.
Finalmente la historia de otro paralítico en el evangelio de Mateo muestra como este fue sanado sin siquiera haber conocido a Jesús, y sí por la fe de un gentil, de un incircunsiso, de un hombre que hoy muy bien podría ser uno de aquellos en nuestra lista de inconversos o impíos (como mucha gente suele llamarles). Este hombre era un oficial militar romano que se acercó a Jesús y le dijo: “Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado. 7 Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré. 8 Respondió el centurión y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará. 10 Al oírlo Jesús, se maravilló, y dijo a los que le seguían: De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe. 13 Entonces Jesús dijo al centurión: Ve, y como creíste, te sea hecho. Y su criado fue sanado en aquella misma hora”.
Hoy tu fe puede mover la mano de Dios para hacer un milagro de sanidad en tu vida, pero también puede cargar un hermano cuya fe desfallece, para que el poder de Dios se manifieste también en su favor. Hoy hemos aprendido cuan importante es la fe de aquellos que hemos sido llamados y llamadas a interceder, a apadrinar, a cargar, a conducir a otros y a otras en necesidad a los pies de Cristo ya sea que ellos lo sepan o no, para que Dios haga el milagro en su vida no por la fe de ellos sino por la nuestra, pero también hemos aprendido que no existe nada imposible para Dios, desde sanar, salvar y libertarnos interiormente, hasta sanar nuestra enfermedad y nuestras limitaciones físicas. Por eso solo es necesario decir:
“Señor no soy digno de que entres en mi casa, solamente di la palabra y sanaremos”.
¡Gracias por su vista!