“Yo creo en Dios, en lo que no creo es en los cristianos”.
Ese es el estribillo de moda para culpar a los cristianos cuando las personas se van de la iglesia, se enojan o se decepcionan de algún creyente o han decidido vivir desde la secularización o el agnosticismo. Escoger ese estilo de vida es una libertad y un derecho indiscutible. No lo discuto ni lo contradigo.
Lo que me parece interesante, por no decir lo que realmente pienso, es que es más fácil transferir la responsabilidad a los cristianos y acusarles de dar mal testimonio de su fe, en lugar de asumir sus decisiones responsablemente y decir algo como: “no creo, no me interesa, no me gusta la iglesia, tengo otras creencias, puedo ser una buena persona sin necesidad de profesar ninguna fe, etc.” La incapacidad para asumir la propia responsabilidad para ser un asunto milenario o más bien inherente a la naturaleza humana. La literatura bíblica lo lleva tan atrás como al origen mismo de la creación cuando el hombre culpa a Dios y a la mujer de su desobediencia. Siglos después de ese relato, Jesús nos prepara para este tipo de actitudes y comentarios cuando relata la parábola del sembrador (Mt 13:1-9).
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Y les habló muchas cosas por parábolas, diciendo: He aquí, el sembrador salió a sembrar. Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron. Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra; pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron. Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno. El que tiene oídos para oír, oiga.
Nos deja entrever a través del relato que el éxito de la encomienda de dar a conocer las Buenas Nuevas del Reino de Dios no depende que quien lleva la Palabra sino de quien la recibe. La semilla es la misma, lo que varía es el terreno donde cae. La semilla tendrá las mismas propiedades irrespectivamente de quien sea el sembrador. Si está cae en buen terreno, crecerá y dará fruto. La gente que escucha la Palabra de Dios es el terreno. La disposición y fertilidad de su corazón es lo que hace la diferencia para el resultado. La responsabilidad no está en el sembrador (queramos admitirlo o no).
Cuando maduremos a asumir nuestras propias responsabilidades comenzaremos un camino de transformación que dará frutos abundantes
Esto no es un texto para justificar a los cristianos si no obramos siempre como deberíamos, sino para responsabilizar a cada cual por cultivar su propio terreno y asumir sus propias responsabilidades. El Apostol Pablo decía: “Pero eso no importa porque lo verdaderamente importante es dar a conocer a Cristo, aunque algunos lo hagan por razones equivocadas. De todas maneras, me alegra que se hable acerca de Cristo. Y seguiré alegrándome,” (Filipenses 1:18).
Cuando maduremos a asumir nuestras propias responsabilidades comenzaremos un camino de transformación que dará frutos abundantes de bien para nuestra vida y la de quienes nos rodean. Pero sobre todo para el Reino de Dios. Mientras miremos la paja en el ojo del otro para justificar nuestras acciones o nuestra falta de acción, la viga en el nuestro continuará creciendo y nuestro terreno se continuará secando.
“El que tiene oídos para oír, oiga” (Mateo 13:9)
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