Hoy las palabras de Jesús nos llevan a uno de los ejercicios de vulnerabilidad más difíciles de ejercer; vernos en el espejo del otro o la otra. No somos mejor que nadie. La decisión de reconocer nuestra vulnerabilidad nos hace sensibles al dolor humano y desarrolla lazos de hermandad que restauran.
No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes». Les hizo también esta comparación: "¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo? El discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro.
¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo?
¿Cómo puedes decir a tu hermano: 'Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo', tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano". Lucas 6:37-42
Nos podríamos preguntar si cuando el texto dice “perdonen y serán perdonados” implica la vía negativa de la expresión: “si no perdonas no serás perdonado”, “si condenas serás condenado”.
Me aterra la idea de pensar que mi perdón o mi salvación dependa de mi propia capacidad para mirar con ojos de misericordia y no desde mi falso sentido de superioridad. Recuerdo las palabras del apóstol Pablo cuando decía “Quisiera hacer el bien que deseo y, sin embargo, hago el mal que detesto.” (Rom 7:19) Sin embargo, aun para llegar a esa comprensión paulina, hace falta un corazón dispuesto a la autocrítica y la autoreflexión.
Jesús nos confronta siempre con nuestra realidad humana pecadora pero también nos da la salida: trabaja primero contigo mismo y contigo misma, para que luego puedas ver a los ojos a los demás. Cuando lo hayas hecho te sorprenderás con el resultado. Porque una vez reconocemos el mal que habita en nosotros mismos no podremos mirar al otro y juzgarlo; no podemos mirar al otro sin perdonar. Una vez reconocemos el mal que habita en nosotros, podremos mirar a los demás encarnando el carácter de Dios: lento al juicio y grande en misericordia.
Oremos: Señor, ayúdame a mirar en mi interior y reconocer la maldad que en mi habita para pedir a tu Espíritu que entre a limpiar la casa en la que tu deseas morar. Que desde esa presencia tuya que nos transforma podamos mirar al otro y la otra como hermanos en nuestra condición humana pero también como hermanos redimidos e incorporados a tu familia por la vía de Cristo. Ciega los ojos de la hipocresía en mí con la luz de tu bondad.
¡Que así nos ayude Dios!
Reflexión también compartida en Momento Sagrado, USC.

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